Roxana Páez, flor por nube


IV FLOR POR NUBE


El café con un vaso de horchata fresca,
que es dulce,
una leche de fruto,
para volver a la calma.

El tomate se frota contra la tostada,
un chorro de aceite de oliva,
encima la tajada de queso.

Mordí la pila blanda y crujiente.
Muerdo la carne del durazno.

Bajo del tren y retrocedo a pie
hacia la playa de Ocata.
Un kilómetro por la arena,
entre las vías y el mar.

Hombres desnudos,
con el sexo dorándose, un pedazo de pan.
Sólo uno de pie secándose,
el miembro perpendicular al torso
apuntando a otros hombres.

Llego a un punto de mi playa
de adpoción, entre el silencio
del vaivén de las cosas
y la risa colectiva.

Repetidos versos de las olas,
el vaivén.

Saco mi libro, mi libreta, mi lápiz,
mi corpiño.
Me zambullo.
Sólo estoy aquí,
y en ningún otro lugar.


Ayer a medianoche
di la vuelta a la Sagrada Familia
observando detalles en la oscuridad.

Bajo 3 estrellas,
el tipo sentado,
de piedra
ahí arriba
entre los arcos formados por la intersección
de patas híbridas de jirafa y elefante.
Maduro
hacia la infancia.

Soplé las velas en Ocata bajo las estrellas
con la luna poniente,
amarilla,
escenográfica.

Los chicos del chiringuito
sacaron del frío la torta de queso
con frambuesas, la botella de cava.

Estábamos descalzas
y pisábamos la arena.
Sé que nadé hasta las ocho y media.
Me sumergí y toqué un cuerpo.
El agua lo envolvió.
El agua lo tocó y lo dio vuelta.
Era mi cuerpo.

Sólo escribo en el mar donde llevo doce días
entre Cerdeña y Barcelona.

Ahora, dejo Badalona. La tormenta se acerca.
Me alejo del paisaje industrial.
Voy hacia Montpellier.

Voy escribiendo.
Yo era la luna,
él la tierra,
yo la tierra, él,
el sol.
Tenía el transfondo bullicioso,
los comentarios y reproches de Ma,
las estrellas, los grillos y los sapos,
entre las dos higueras,
en la galería montada
sobre los túneles de las hormigas.

Si leíamos  a la luz del farol
o jugábamos al scrabel,
a los palitos chinos,
éramos chicos y éramos chinos,
incluso Ma.
Los abejorros amenazaban
nuestra intimidad  y nos rozaban como pétalos
las mariposas nocturnas.

Yo estaba con él,
ellos estaban ahí.

En el verano,
ahora, no son mis amigos convidantes
ese trasfondo riente que intenta
y los reemplaza?

Yo llegaba con el baúl lleno de libros
en volkswagen, a pasar varias,
muchísimas semanas del verano.

Por eso no podía ser otra cosa que docente.
Si no, vistos mis impulsos
desde la infancia,
escribir y nadar,
sería indecente ?

Y ella con sus pucheros
esperándonos nos agobiaba
de culpa y laurel. ¿Por qué volver
a las 2 y a las 3 para el almuerzo?

A la noche el fuego de eucaliptus.

El humo, la carne crepitaba
y un chico se reía
al fabricar chistes verdes con su abuela.
Tenía a Robin de los Bosques de modelo,
y me dejaba experimentar con sus bucles,
sentado en un banquito.

Yo le quería leer
quería descubrir esas lecturas con él,

después de andar a caballo,
después del mar y la arena donde decía:

« Me voy a buscar un amigo ».

Dormía
o se iba. Jugaba por ahí.
Entonces dentro del bullicio
silenciado de la siesta
yo pasaba una hora conmigo.

Sobre todo aprovechar el silencio de Ma.
Pa ya
hacía tiempo que vivía
imperceptible entre el acantilado
y las raíces de un eucalipto,
en medio del terreno pendiente.


Todo después se convirtió
en pasar el día conmigo.
Esa riqueza,
esa pobreza.
La mente que ya
apenas se distrae,
sólo por el trabajo alimentario
y ni siquiera,
sólo cuando comparte la mesa
al atardecer y por la noche.

Los amigos tienen en común
no haber ido nunca juntos a la escuela.

Cada uno tesela
del mapamundi.

Nadar, leer, escribir
con viento
en un escritorio de arena
las tres conjugaciones.

Alrededor de un pensamiento
giraba la atención
llamada madre.

Volvía
como vuelve un verso.

En una mesa ciudad,
del otro lado de los pirineos
me esperan para la cena.


Vías de Barcelona a Cerbere, 30 de julio de 2009


En: “Serie de banda rumorosa”, Alción Editora, 2011.
Foto: Jmp, Taller Mundo despierto, City Bell.


Roxana Páez nació en La Plata. Poeta, ensayista. Reside en Francia. 

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