Gustavo Caso Rosendi, poemas de Lucía sin luz



En el camino a la pieza tres viejas
me dicen cosas que no entiendo
—o que no quiero entender—.
Ella se asoma como si todavía flotara
en una panza reseca. Sin ni siquiera luchar
por salir, porque no recuerda cómo.

Todos los días me espera, y desespera, como si
aún estuviera pataleando dentro suyo.
Ahora que la beso me doy cuenta: estoy viniendo
porque de alguna manera también
la estoy esperando.

Me da su ropa sucia para que lave, pero nunca me dará
lo que quiero que verdaderamente limpie.
Hablamos de que no fue al baño o de que fue
mucho al baño. Pero no hablamos de él, de mí
de nosotros (yo caí de pie —casi no nazco—; mi padre
murió solo y borracho). Todo esto me lo contó
antes alguien, no mi madre.

Sería muy fácil odiarla, pero tomo el camino
más difícil. Porque cuando me voy sé que está
mordiendo un tiento demasiado duro. Y que hace
fuerzas para abajo mientras yo sigo haciendo fuerzas
para arriba.



Hoy tu voz está oscura
como el goteo de una caverna.
Te paso la mano como si limpiara
un mueble viejo. Pongo una carpeta
al crochet y ahí encima, un adorno.
Para que vuelvas a estar,
a ser hermosa.



Hubo una cueva, no cariño.
Un agujero.
Y el cielo, allá en el fondo. Salir.
Sólo se trataba de salir.
Y no olvidarse de esa primera visión.
Mi madre ha sido el mundo, y todas las cosas
que ella ha desechado, me criaron.

Hubo una cueva, hacia allá voy.
Chapaleo en el guano.
Llevo una vela.

Y tengo miedo.



Nadie me ha preguntado si quiero estar aquí.
Es el sitio donde la gente hace fila para morir.
La única que parece eterna es la enfermera del cuadro.

Silencio, silencio.

Mi madre está sentada y yo detrás.
Soy un torpe fantasma que aparece en los estudios.
Algo entre la luz del tubo fluorescente
y el ojo del médico que se pone a predicar
mientras señala
como si fuera un dios.



El jacarandá que un día me diste
ya tiene más de seis metros de alto.
¿Te acordás que era una plantita
de no más de diez centímetros?
No recuerdo muy bien cuántos años
hace de ese día en que vos, sonriendo,
lo pusiste entre mis manos. Pero me
acuerdo de que esa fue tu última sonrisa.
Un día voy a llevarte a casa
para que lo veas. Quizá en noviembre,
o diciembre, cuando se pone más lindo.
Vamos a mirar hacia arriba, los dos juntos.
Yo te voy a ayudar a mirar hacia arriba.
Y vas a verlo, acunándose como un niño
en el regazo de una pollera celeste.
Porque por algo fue que me diste
aquel jacarandá aquella vez. Algo que aún
no alcanzo a comprender bien del todo.
Solamente he aprendido que la belleza,
algún día, cae. Se va. Y que la flor fecundada
en esta especie, se torna dura; muy dura.
Como una boca semiabierta, reseca;
que no sabe muy bien qué decir.
Pero un día de estos, voy a traerte, mamá,
para que veas la inmensidad de lo que hiciste,
casi sin querer.

Allá arriba, buscando el sol,
está tu árbol, ahora.



Te tiré un puñado de tierra
para no enterrarte del todo.
Manito sucia que no se despide.
La misma que tomaba tu garra
hace muy poco.
Tengo algo en la nuez que sube y baja.
Como en la plaza Belgrano, aquella vez
que había sol
y contemplábamos aquel jilguero
balanceándose en el medio de la tabla,
cantándonos el mundo.


Mirando ahora, retrospectivamente,
eras toda una niña para mí.
Subíamos y bajábamos,
mirando al cielo.
El juego se detuvo.
No sé si vos estás arriba
y yo abajo. O al revés.


Sólo escucho aquel último chirrido
que me dice que hubo una tarde
en la que alguna vez fuimos felices.



Selección de textos: Jmp. En: “Lucía sin luz”, Ediciones El Mono Armado, 2016.
Gustavo Caso Rosendi (Esquel, provincia de Chubut, 3 de agosto de 1962). Reside en la ciudad de La Plata.
Imagen: Lucía. Detalle de tapa.

No hay comentarios: