María Dhialma Tiberti, No tengo cielo ni árbol


Y LA NOSTALGIA

Y a veces la nostalgia desnuda los dedos
sobre cada cosa.
Y pienso en voces, en gestos lejanos,
insustituibles y profundos.
Tu mirada donde resbala el color del musgo
hacia la última vertiente del otoño,
allí donde florecen los pájaros heridos
y las gotas de luz y los silencios.

Es tan fácil pensar en tonos distantes
cuando golpean en la ventana
los ángeles de lluvia
y la sombra se estira blandamente inclinada
dibujando mapas antiguos e inciertos.

La nostalgia tiene el talle fino y las manos azules.
Aprieta las cosas, los aromas;
se quiebra en pimpollos salados;
se prende fugaz a los objetos, al aire;
crece en la luz, se desmaya en una
casi sonrisa.

Pienso en tiempo de trigos,
en tiempo de ausencias, de lloviznas.
En perfiles nítidos, metálicos, inconfundibles
entre las multitudes,
encendiéndose de pronto, como lámparas.
Es tan sencillo construir nombres
cuando la tarde
se absorbe en sí misma en las violetas
y después y después.

Nostálgica.
Cuando se está solo sin soledad
oyendo rumores imprecisos que nacen en la distancia
y buscan su sitio en el mapa de sombras.

Y después aún.
Cuando las sonrisas inician sus viajes
en derredor de los retratos,
y las palabras vuelven, tangibles,
en voces tangibles y absurdas.
Y en las noches, llenas de ángeles mojados
y de ríos lejanos que sollozan
entre juncos perdidos.

Ah, después todavía.

Porque es tan fácil pensar en lo imposible
mientras se humedece el hálito de musgo de tu mirada
y ahora realmente, quién sabe dónde aletea,
entre qué pájaros.
Y a veces la nostalgia esparce sus cabellos
junto a mis labios
y se arrodilla sobre los espejos, temblando.

Y entonces pienso en voces, en gestos,
precisos, definitivos en luz del otoño;
otoño en territorio de llanto.

Cuando abril resbalaba lentamente
y en tus ojos cerrados se construía un mundo
y después, todavía después;
cuando pusiste el amor en agua
para que no se marchitara.
Ah, nostálgica;
y ahora que para iluminar un rostro
necesito de las lágrimas.


MI CORAZÓN ESTÁ OTOÑANDO

Mi corazón está otoñando hiedras
al comenzar el alba,
me punza con sus voces de oro y de nostalgia,
yo no sé a qué muro, a qué edad
podrán aferrar para salvarse
de los círculos premiosos del aire.
Primero fue la luz la que estaba sola,
después la humedad del viento en las retamas,
y luego todo y cada cosa
con su justa vocación de flor y lágrima.
Mi corazón está brotando estrellas
al regresar el alba
y no tengo cielo ni árbol para acunarlas.


ELEGÍA
(Fragmento)


(Ninguna otra flor caerá hacia la tarde
con su ardiente sangre derramada en el aire).


En: Primera antología poética platense. R. S. Cisneros, Ediciones Antonio Zamora, Buenos Aires, 1956; y Veinte poetas platenses contemporáneos. A. E. Lahitte, Ediciones Fondo Cultural Bonaerense, La Plata, 1963.
María Dhialma Tiberti (La Plata, 25 de octubre de 1928 - San Isidro, 6 de enero de 1987). Publicó en poesía: Cielo recto, 1947; Tierra de Amapolas, 1949; y Las sombras amarillas, 1949.
Escribió AURORA VENTURINI: “Ella nació en el seno de un matrimonio que la amaba y admiraba, y floreció en un niño que colmó su vaso de felicidad. Fue alumna de la Escuela Normal Mary O. Graham y cursó estudios universitarios en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación logrando el título de profesora en Letras. Escribió varios libros: Cielo Recto (1947), Tierra de Amapolas (1949) y Las sombras Amarillas (1949), los dos últimos en Edición del Bosque. Dirigía Ediciones del Bosque el poeta rural Raúl Amaral y ella se desempeñó como secretaria. Esas Ediciones sellaron una época ilustre en nuestra ciudad de La Plata. Raúl, sumamente exigente, seleccionó los cuadernillos que se presentaron optantes a su publicación. En cuanto a Las sombras Amarillas, acertó y las poesías de María Dhialma Tiberti recibieron crítica de Silvina Bullrich, en Atlántida; de Horacio Rega Molina, en El Mundo y de Bernardo Verbitsky, en Noticias Gráficas, entre otros. María Dhialma profesaba gran apego intelectual por Raúl, aunque su poesía distó de ser rural y campesina, siendo leve e intimista; subjetiva. Los poetas del "40" generacional nos distinguimos por el respeto a la cuaderna vía, "a sílabas contadas que es gran maestría". Significo la corrección del soneto y los acentos silábicos que suenan musicales al oído del lector. La poesía es Arte de las Artes. Recuerdo a la joven, mejor, a la adolescente concentrada en unos versos de El Aire Adolescente, de Amaral: "Solo, entre flores y la yerba verde/ Si alguna luz amante se me pierde/ yo la salgo a buscar, desesperado./ Solo me encuentro. Triste pasajero/ de este viaje plural que es el primero/ y que siento yacer a mi costado". Significa el sexteto formado por dos tercetos, pie de un soneto bellísimo, rimado petrarquianamente. Nuestra escritora es la más joven del grupo universitario y culto platense. Sus poemas ligeros y frágiles obligan a una lectura serena y profunda, a fin de su captura, evitando las distracciones que puedan trizar su textura delicada. Muy alejado el estilo de María Dhialma, del rudo y terminante de Raúl Amaral, habitante que fuera de los campos de la localidad provinciana de Veinticinco de Mayo, que pisa fuerte en los surcos bucólicos como su antepasado Héctor Ripa Alberdi: "Feliz el hombre que al llegar el día/ lo encuentra el alba en los floridos campos/ entre una nube de palomas blancas/ siguiendo el ritmo de los bueyes mansos". Ambos, Ripa Alberdi y Amaral, son el dúo de juglares que loan a la pampa y la vierten en versos que la convierten en un océano de hierbas temblorosas y árboles sacudidos por el viento arisco. La secretaria de Ediciones del Bosque resulta ser introvertida, su universo interior se impone al mundo circundante. Ella dedicará a Raúl Amaral, un poema titulado "La Nostalgia", en el que se trasunta, en el cual exulta la postura de su naturaleza: "Es tan fácil pensar en tonos distantes/ cuando golpean en la ventana/ los ángeles de la lluvia/ y la sombra se estira blandamente inclinada/ dibujando mapas antiguos e ingenuos./ La nostalgia tiene el tallo fino y las manos azules./ Aprieta las coas, los aromas;/ se quiebra en pimpollos salados;/ se prende fugaz a los objetos, al aire;/ se desmaya en casi/ una sonrisa". Siendo el tema Muerte el constantemente agitado por nuestra generación neorromántica, María Dhialma es la excepción porque evita nombrarla. Ella emprende una espectacular carrera contra el flagelo inevitable. El último poema de esta poetisa dice: "Mi corazón está otoñando hiedras/ al comenzar el alba”. Implícita alusión a la fatalidad. La recuerdo linda y discreta, concentrada y lectora; ráfaga muy bella.”

(En diario El Día, La Plata, domingo 9 de enero de 2011).

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